El “eterno retorno” fue utilizado por el escritor checo Milan Kundera para hablar del hombre que siempre está dispuesto a volver a sus puntos de partida. Que no importa lo bueno que seas o lo magnífica que sea tu vida donde estés, porque allá atrás, en tu subconsciente, vibra sin pausa la idea de regresar.
Y regresaron. Nombres que una vez, o varias veces, ocuparon espacios en el equipo de la Vinotinto y que ahora, tras la violencia que toma el fútbol, emprenden el camino del regreso. El “eterno retorno” de Kundera. Y de cada ser humano.
Fernando “Colorao” Aristeguieta abrió pista. Luego de brillantes actuaciones en varios países y finalmente en México con el Puebla, regresó como director técnico del Caracas. Frustrado por una lesión en su intento de marcar goles a la selección mexicana, tuvo que renunciar a sus fervientes deseos de tomar las riendas del Caracas. Amado por el pueblo, El “Colorao” llegó a la gran ciudad lleno de esperanza y conocimientos frescos para distribuir sin mezquindades.
Días después le tocó a Roberto Rosales dejar atrás sus pasados grandes en Bélgica y Brasil para llegar a San Cristóbal y hacerse un hueco en la cancha en defensa del Deportivo Táchira. Tomado como bastión en el lado derecho del campo, nos recordaba a David “Indio” Mota, aquel jugador de la misma demarcación y considerado una institución en la defensa nacional.
El regreso a la patria continuó con Nicolás “Miku” Fedor, quien vivía en España desde hacía varios años, para liderar el ataque de Metropolitanos. A pesar de su prolongada ausencia, Fedor todavía anhelaba regresar a Venezuela, y aquí está, tratando de hacerlo bien en esos tipos de sus mejores días.
Juan Pablo Añor, quien pone balones entre dos en el fútbol griego, es ahora, nuevamente y como en su juventud, mediocampista del Caracas. Hijo de Bernardo, un gran jugador, Juan Pablo aún conserva toda esa categoría que lo proyecta como el gran jugador que siempre ha sido y que en la época de la Vinotinto era considerado, junto a Juan Arango, el mejor del fútbol nacional.
Ahora se puede escuchar la voz de Adalberto Peñaranda, unido a Bucaramanga, aún con sus ganas de regresar. Futbolista con talento de sobra y que incluso desde muy joven nunca ha podido consolidarse, pero ahora en el fútbol colombiano podría lograr el descubrimiento que lo haría integrar, como en aquellos días, a la selección de Venezuela.
Muchos otros quieren regresar; Volver a casa siempre ha sido gratificante. Y por supuesto las condiciones económicas deben ser menores en un fútbol como el nacional, sin demasiadas pretensiones, pero en la vida siempre hay compensaciones. Y jugar en los estadios del país, reconciliarse con todos los que siempre lo han querido, vale su peso en oro. O más que el oro, porque el “eterno retorno” lo paga todo.
Vinotinto en Friburgo
El tranvía se traga las colmenas del centro de la ciudad y se acerca un venezolano que pasa por allí. “¿Y cómo está Venezuela, cómo está la Vinotinto?”
Sonreímos con nuestro compatriota, y las preguntas nos llevan a una reflexión: digamos Vinotinto significa país, porque el nombre de la selección de fútbol es sinónimo de lo caro. En un momento fue curiosidad, luego entusiasmo por algunas victorias y una moda que había arraigado con la ansiedad del mundial, hasta que llegó, como los afluentes que desembocan en el río madre, un pedazo de corazón, un pedazo de vida. .
Jorge Luis Borges decía que en el perdedor hay una dignidad que no la tiene el ganador. Perder ahora puede importar poco y tal vez eso fue lo que quiso decir el escritor, aunque qué dulce sería ganarle a la exaltada Argentina la próxima semana y celebrar con los brazos en alto.